sábado, 19 de diciembre de 2015

Tertulias de peluquería

Mi padre y yo fuimos ayer por la tarde a cortarnos el pelo. A él no le vale cualquier peluquería. Después de varias visitas, ha reafirmado su preferencia por una en la calle Diego de León. Es de esas de toda la vida. De sólo caballeros. Alguno pensará que habría que abolir este tipo de establecimientos que segregan por género, pero en este campo hay que especializarse: ni a una señora le convencerá lo clásico de nuestro peluquero, ni a nosotros nos inspirará confianza lo moderno de su peluquera. Así que en este caso todos contentos. 
Les decía que en esta peluquería con 6 sillas de barbero en total, olor a Álvarez Gómez y revistas de caza a disposición de los clientes, se formó ayer una agradable tertulia. Habría que intentar recuperar los encuentros sociales con sede en las peluquerías.
Antes de que me tocara mi turno, había un niño con uniforme de colegio que muy dócil al peluquero giraba la cabeza donde se le indicase. Eso sí, pidió que se dieran prisa en cortarle porque debía ir a casa a poner el árbol de Navidad, se le echaba el tiempo encima y él la tarde del viernes la había reservado para ese menester (debía haber alguna clase de pacto entre él y su padre que estaba allí para que el chaval accediese a prescindir de su melena). 
Cuando me estaban cortando el pelo a mi, llegó Juanfor al que hacía tiempo que no veía. Me confesó que llevaba frecuentando ese establecimiento dieciocho años. Hay quien es fiel a una peluquería como si de su equipo de fútbol se tratase. Quizás esa antigüedad fue lo que le permitió sentarse en la silla que había a mi derecha mientras a mi me cortaban (el resto de clientes que hacían cola tenían que conformarse con esperar en el sofá de cuero con más gente que plazas). Me habló de su reciente viaje a México y de su familia sin ningún pudor por ser escuchado por el resto del local. De hecho Miguel que acababa de entrar y al que conocíamos ambos, también intervenía en la conversación desde el lado opuesto de la sala. Yo de vez en cuando le pedía su parecer al peluquero para que se sintiese parte de la tertulia, y es que Juanfor no daba mucha ocasión a que los demás tomasen la palabra.
Al terminar pagamos, deseamos una feliz Navidad a los que conocíamos y a los que no, y nos fuimos tan contentos después de un rato tan apacible en el que será mi nuevo club social.

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